El primer año de vida: determina lo que seremos como adultos

Lo que pasa en nuestro primer año de vida determina lo que seremos como adultos, determina nuestras emociones y nuestro carácter entre otras cosas más, está comprobado que el cerebro infantil necesita amor para desarrollarse correctamente. Y este amor en el primer año de vida puede incidir de manera profunda en el desarrollo y crecimiento del bebé.
Un estudio realizado por nationalgeographic.es demuestra que lo que pase en el primer año de vida es determinante para cada bebé cuando crece y se convierte en adulto.
La experiencia de la infancia conforma la estructura del cerebro en desarrollo. Aunque nace preconfigurado con unas capacidades asombrosas, el cerebro humano depende en gran medida de la aportación del entorno para avanzar en el proceso de configuración.

Enormes capacidades de aprendizaje

Indagando en el cerebro infantil con las nuevas técnicas de diagnóstico por imagen, los científicos empiezan a desentrañar el misterio de cómo un niño nace sin apenas capacidad visual y se convierte en una criatura capaz de hablar, montar en triciclo, dibujar e inventar a un amigo imaginario a los cinco años.
Si la metamorfosis de un conjunto de células en un lactante es uno de los grandes milagros de la vida, más lo es la transformación de un recién nacido desvalido en un preescolar que camina, habla e incluso negocia la hora de irse a la cama.
Pese a llevar milenios criando niños, apenas empezamos a entender los pasos de gigante que dan los bebés en cuanto a habilidades cognitivas, lingüísticas, de razonamiento y de planificación. El vertiginoso desarrollo que experimentan en sus primeros años coincide con la formación de una vasta malla de circuitos neuronales.
Al nacer, el cerebro tiene casi 100.000 millones de neuronas, tantas como en la edad adulta. Conforme el bebé crece, recibiendo una avalancha de información sensorial, las neuronas se conectan entre sí: a los tres años las conexiones neuronales se cuentan por cientos de billones.
A base de tareas y estímulos diversos, como oír una canción de cuna o estirar la mano para tomar un juguete, se van estableciendo distintas redes neuronales. Los circuitos se refuerzan a través de la repetición. La membrana que reviste las fibras nerviosas –hecha de un material aislante llamado mielina– se engrosa en las rutas de uso frecuente, haciendo que los impulsos eléctricos viajen más deprisa. Los circuitos que no se utilizan mueren al interrumpirse las conexiones, un fenómeno conocido como «poda sináptica».
Entre los doce meses y los cinco años de edad, y de nuevo en el primer estadio de la adolescencia, el cerebro atraviesa ciclos de crecimiento y reestructuración en los que la experiencia desempeña un papel fundamental a la hora de definir los circuitos que permanecerán.
Diversas investigaciones han demostrado que alrededor de los dos años y medio de edad los niños son capaces de corregir errores gramaticales cometidos por marionetas. Hacia los tres años la mayoría parece dominar un considerable número de reglas gramaticales. Su vocabulario aumenta a una velocidad de vértigo. Este florecimiento de la capacidad lingüística se produce a medida que se crean nuevas conexiones interneuronales, de modo que el discurso se puede procesar en diversos niveles: fonológico, semántico y sintáctico.

 

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