Los peligros de dejar llorar al bebé

El Dr. James McKenna Director del Laboratorio del comportamiento del sueño madre-bebé de la Universidad de Notre Dame menciona lo siguiente: “Que el bebé duerma toda la noche es probablemente una de las peores ideas que emergieron en los siglos 19 y 20 (Orígenes de la teoría «dejar llorar» a los bebés). Nuestra cultura es la única que alguna vez se ha hecho esta pregunta, la mayoría de las culturas no están preocupadas por esto”. De acuerdo el Dr. McKenna y a sus hallazgos, el dormir toda la noche es algo que los bebés simplemente no están diseñados para hacer, su biología no está diseñada para dormir toda la noche. «Los bebés están diseñados para despertar, mamar y dormir, despertar, mamar y dormir«. El concepto de la llamada “consolidación del sueño” está basado en el concepto de lo que es mejor para los padres a diferencia de lo que es mejor para los bebés.

Este experto en sueño infantil también menciona que por muchos años se ha pensado que para maximizar las oportunidades de que un bebé se vuelva independiente y competente en la vida es forzar a que el infante se duerma sólo y que el bebé se calme a sí mismo para que vuelva a dormir. Sin embargo ningún bebé en el planeta necesita ser entrenado para dormir y esto nunca ha sido respaldado por algún estudio científico responsable. El dejar llorar a los bebés es una ideología cultural y es usualmente un concepto que no emergió para beneficiar a los bebés (porque no hay evidencia que esta práctica pueda beneficiar en su desarrollo). Todos los bebés dormirán toda la noche en algún momento, la pregunta es si lo harán en el tiempo que quieren los papás, o en el tiempo para el que están diseñados.
¿Y qué dice la neurología al respecto?
Se han publicado diferentes estudios para evaluar el efecto del estrés en el desarrollo cerebral del bebé. Se ha descubierto por ejemplo que durante la primera infancia (de 0 hasta los 2 a 3 años) se empieza a desarrollar la región orbitaria frontal del cerebro, por supuesto que otras áreas se están desarrollando también pero es ésta área en particular la que se desarrolla a mayor velocidad durante esta etapa (Gerhardt). Esta área orbitofrontal es la encargada de varias funciones emocionales dentro de ellas la del manejo del estrés, lo que suceda aquí entonces dejará una marca en el desarrollo cerebral del bebé. Por supuesto que esto no explica todos los desórdenes emocionales pues el cerebro sigue desarrollándose durante el resto de los años pero se considera importante durante esta etapa cuidar a los bebés de situaciones estresantes (Gerhard). ¿Y qué situaciones estresan a los bebés? Tal y como lo menciona Gerhard: “no es la ausencia de la madre lo que aumenta el nivel de las hormonas del estrés, como el cortisol, sino la ausencia de una figura adulta que estuviera alerta y se hiciera responsable del estado emocional del niño en cada momento” (Blanco, 2012).
Se ha descubierto además que cuando un bebé es sometido a una gran cantidad de estrés se crean condiciones para dañar las sinapsis entre las neuronas (Narvaez, 2011) pues se genera la hormona llamada cortisol la cual si se libera y en exceso podría dañar las neuronas en formación pero las consecuencias no son aparentes inmediatamente (Thomas et al. 2007). Para contrarrestar todos estas sustancias se liberan otras (endorfinas, serotonina, opiáceos) que provocan una bajada del estrés por lo que es normal que luego  el bebé caiga rendido y se duerma, pero no porque haya aprendido algo sino porque estas sustancias hicieron efecto (Jové R.).
El bebé es absolutamente dependiente de sus cuidadores para aprender cómo calmarse sólo. El cuidado a los niños que se concentra en abordar las necesidades del bebé antes que se estrese, sintoniza el cuerpo y el cerebro para la tranquilidad. Cuando un bebé siente miedo y tiene un padre que lo sostiene y lo conforta, el bebé elabora herramientas para calmarse que se integran con su propia habilidad de calmarse. Los bebés no se calman sólos cuando están aislados. Si son dejados para llorar sólos, ellos aprenden a cerrar su rostro al estrés excesivo, dejando de sentir y dejando de confiar (Henry & Wang, 1998).

Como Erik Erikson lo señala, los primeros años de vida son un periodo sensible para establecer un sentido de confianza en el mundo de su cuidador y en su mundo en sí. Cuando las necesidades de un bebé se atienden sin estrés, el niño aprende que el mundo es un lugar en el que vale la pena confiar, que las relaciones son de apoyo. Cuando el bebé es ignorado el niño desarrolla un sentimiento de desconfianza en las relaciones y en el mundo. El niño entonces puede pasar toda su vida tratando de llenar ese vacío interior.

Es pues con la neurociencia que podemos confirmar lo que nuestros ancestros tomaron por sentado: que dejar que los bebés se estresen es una práctica que podría dañar a los niños y sus capacidades relacionales en diferentes maneras a largo plazo.

Actualidad: Los bebés que nacen por cesárea tienen el doble de riesgo de ser alérgicos a la leche de vaca

Los bebés nacidos por cesárea tienen dos veces más riesgo de ser alérgicos a la proteína de leche de vaca (APLV) que los que nacen por parto natural, afirmaron especialistas en la materia que elaboraron un estudio científico internacional.

Si se estima la prevalencia, en el país padecen esa reacción unos 50.000 chicos menores de tres años, de los cuales, muy pocos son diagnosticados.
Las conclusiones llegaron después de presentar el estudio titulado «¿Es el parto por cesárea un factor de riesgo para el desarrollo de APLV en lactantes argentinos?», liderado por el pediatra gastroenterólogo Christian Boggio Marzet junto a las doctoras María Anabel Tilli y María Teresa Basaldúa, del grupo de trabajo en Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital Pirovano.

Entre 2010 y 2014 el grupo relevó 238 pacientes de alrededor de siete meses y con un peso promedio de 3.149 gramos que tenían signos aparentes de APLV, de los cuales el 56.3% había nacido por cesárea y un 43.7% por parto natural.

«La principal conclusión del estudio efectuado es que los niños que no habían transitado el canal vaginal tenían el doble riesgo de desarrollar reacciones inmediatas de alergia a la proteína de la leche de vaca y también reacciones tardías, como reflujo gastroesofágico y cólicos», explicó a Infobae el doctor Boggio Marzet que presentó la investigación en el Journal of Pediatric Gastroenterology and Nutrition.

Importancia de la microbiota

«La flora intestinal, técnicamente llamada ‘microbiota’, está colonizada por millones de bacterias que determinan gran parte de la inmunidad del individuo. El bebé recibe de su madre esos primeros gérmenes beneficiosos que se alojarán en su intestino por nariz y por boca durante su paso por el canal vaginal», precisó el experto. Y agregó que «en contrapartida, los primeros gérmenes que reciben aquellos que nacen por cesárea son los que circulan en la sala de parto, que no son los microorganismos que lo ayudarán en el desarrollo del sistema inmunológico en el intestino».

Esta situación empeora cuando la mamá ha recibido antibióticos por alguna infección (aún durante el propio parto), cuando el bebe es prematuro o cuando desde muy temprano no recibe lactancia materna.

«Promoviendo el parto vaginal, siempre que sea posible, y fomentando la lactancia materna, estaremos contribuyendo a la formación de una microbiota más protectora, que sin dudas ayudará a la formación del sistema inmunológico del intestino y lo fortalecerá frente a este tipo de agresiones como las alergias a la proteína de la leche de vaca», manifestó Boggio el Marzet.

Por su parte Claudio Parisi, presidente de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica, señaló que la APLV «se manifiesta mediante síntomas inespecíficos que pueden incluir sangrado en la materia fecal, erupciones cutáneas, cólicos y retraso en el crecimiento, por lo que muchas veces se demora varios meses en llegar al diagnóstico».

Tratamientos efectivos

«El tratamiento se inicia con la ‘dieta de exclusión’: la supresión inmediata en la dieta de la mamá del alimento sospechado, en este caso la leche de vaca y sus derivados, mientras que cuando ya no se amamanta o el bebé recibe alimentación complementaria, la supresión también debe alcanzar al niño», puntualizó Parisi que participó del reciente 6to Congreso Argentino de Gastroenterología Pediátrica, que se realizó en la ciudad de Buenos Aires.

En esos casos y como complemento de la leche de vaca, que el niño no puede ingerir, «se recomienda incorporar leches de fórmula especiales bajo indicación del médico tratante», comentó Boggio Marzet.

«Por lo general y si las manifestaciones son leves se indican fórmulas especiales que tienen la proteína de leche ‘rota’ o fragmentada, lo que disminuye su capacidad de generar alergia. Si los síntomas son más severos, se recomiendan las fórmulas a base de aminoácidos, donde la proteína está fragmentada al 100 por ciento y su capacidad de generar alergia es prácticamente nula», detalló.

El especialista recordó además que la cobertura de esas fórmulas «está garantizada por la ley de leches medicamentosas, que entró en vigencia en febrero».

«Afortunadamente, la mayoría de los cuadros de APLV, cualquiera sea su origen, suelen revertir por sí solos antes de los tres años. Sin embargo, en niños pequeños representa un problema serio que debe atenderse, ya que se corre el riesgo de que se presente un cuadro severo de desnutrición y complicaciones como problemas serios en el crecimiento», completó Parisi.

Por

Nota publicada en www.infobae.com

Educar no es crear sino ayudar a los niños a crearse a sí mismos

Enseñarle a un niño a creer a ciegas en supuestas verdades sin cuestionarlas, enseñarles lo que deben pensar implica arrebatarles una de sus capacidades más valiosas: la capacidad para autodeterminarse.

La autodeterminación es la garantía de que, elijamos lo que elijamos, seremos nosotros los protagonistas de nuestras vidas. Podremos equivocarnos. De hecho, es muy probable que lo hagamos, pero aprenderemos del error y seguiremos adelante, enriqueciendo nuestro kit de herramientas para la vida.

Desde el punto de vista cognitivo, no existe nada más desafiante que los problemas y los errores ya que estos no solo demandan esfuerzo sino también un proceso de cambio o adaptación. Cuando nos enfrentamos a un problema se ponen en marcha todos nuestros recursos cognitivos y, a menudo, esa solución implica una reorganización del esquema mental.

Por eso, si en vez de darles verdades absolutas a los niños les planteamos desafíos para que piensen, estaremos potenciando la capacidad para observar, reflexionar y tomar decisiones. Si enseñamos a los niños a aceptar sin pensar, esa información no será significativa, no producirá un cambio importante en su cerebro sino que simplemente se almacenará en algún lugar de su memoria, donde poco a poco se irá difuminando.

Al contrario, cuando pensamos para solucionar un problema o intentamos comprender en qué nos equivocamos se produce una reestructuración que da lugar al crecimiento. Cuando los niños se acostumbran a pensar, a cuestionar la realidad y a buscar soluciones por sí mismos, comienzan a confiar en sus capacidades y enfrentan la vida con mayor seguridad y menos miedos.

Los niños deben encontrar su propia manera de hacer las cosas, deben conferirle sentido a su mundo e ir formando su núcleo de valores.

¿Cómo lograrlo?

Una serie de experimentos desarrollados en la década de 1970 en la Universidad de Rochester nos brinda alguna pistas. Estos psicólogos trabajaron con diferentes grupos de personas y descubrieron que las recompensas pueden mejorar hasta cierto punto la motivación y la eficacia cuando se trata de tareas repetitivas y aburridas pero pueden llegar a ser contraproducentes cuando se trata de lidiar con problemas que demandan la reflexión y el pensamiento creativo.

Curiosamente, las personas que no recibían premios externos obtenían mejores resultados en la resolución de problemas complejos. De hecho, en algunos casos esas recompensas hacían que las personas buscaran atajos y asumieran comportamientos poco éticos ya que el objetivo dejaba de ser solucionar el problema, para convertirse en obtener la recompensa.

Estos resultados llevaron al psicólogo Edward L. Deci a postular su Teoría de la Autodeterminación, según la cual para motivar a las personas y a los niños a que den lo mejor de sí, no es necesario recurrir a recompensas externas sino tan solo brindar un entorno adecuado que cumpla con estos tres requisitos:

  1. Sentir que tenemos cierto grado de competencia, de manera que la tarea no genere una frustración y una ansiedad exageradas.
  2. Disfrutar de cierto grado de autonomía, de manera que podamos buscar nuevas soluciones e implementarlas, sintiendo que tenemos el control.
  3. Mantener una interacción con los demás, para sentirnos apoyados y conectados.

Fuente:

Deci, E. L. & Ryan, R. M. (2000) Intrinsic and Extrinsic Motivations: Classic Definitions and New Directions. Contemporary Educational Psychology; 25:

Actualidad: Portear sí, pero no de cualquier manera

Hoy quiero hablaros sobre porteo del bueno, del ergonómico, del que respeta los tiempos del niño, su desarrollo psicomotor y que además facilita enormemente la vida de los padres. Y es que es indudable que portear se ha puesto de moda y ¡yo ando feliz como una perdiz! Ahora os explico las claves del porteo que seguro para que aprendáis en un plis.

Empecemos por el principio, portear, igual que caminar, tiene múltiples beneficios tanto para el porteador como para el porteado, pero portear con un portabebés no recomendable, es como caminar con tacones, sigue siendo beneficioso, pero no hay quien lo soporte.

¿Qué necesita un portabebés para ser ergonómico?

  •  Se ajusta punto por punto al cuerpo del niño

Esto significa que la tela con la que está confeccionado el portabebés no debe ser preformada, ni rígida, ha de adaptarse al cuerpo del niño como una segunda piel, porque no se trata de que el niño se coloque en la postura que el portabebés diga, se trata de que el portabebés pueda colocarse en la postura en la que está el niño.

  •  Se adapta a cada etapa de desarrollo anatómico, fisiológico, biomecánico y psicomotor del niño

Haremos primero un recuerdo anatómico. La columna de un adulto, vista de lado, tiene varias curvas fisiológicas, que hacen que parezca una S alargada. La curvatura de la zona cervical se llama lordosis y es una concavidad, en la zona dorsal lo que tenemos es una cifosis, es decir, una convexidad, en la zona lumbar volvemos a tener lordosis y el sacro, que es una fusión de varias vértebras también forma una cifosis.

Cuando los niños nacen, sin embargo, su columna es una cifosis global, esto significa que forma una gran C desde el cuello hasta el culete, después, con el paso de las semanas y los meses, el niño consigue levantar la cabeza estando bocabajo y se forma la lordosis cervical, más tarde, cuando comienzan a gatear y consiguen ponerse de pie agarrados a algo, se forma la lordosis lumbar y todas estas curvas no se estructurarán hasta pasados varios años.

Por otro lado, está el desarrollo de las caderas, que es otro tema muy importante. Seguro que sabéis que la cabeza del Fémur se articula con la pelvis para formar la articulación coxofemoral, lo que quizás no sabéis con detalle es cómo se forma esa articulación. En la pelvis hay una concavidad conocida como acetábulo, que es donde se aloja la cabeza del fémur para permitirnos cargar el peso del cuerpo, tener estabilidad durante la marcha o dar patadas a un balón.

Sin embargo, cuando nacemos, la articulación no está desarrollada, gran parte de la misma es cartílago y ha de desarrollarse de forma correcta. Para esto, lo mejor es mantener las caderas del niño en la postura de ranita (frog position), pues es la posición en la que estamos seguros de que la cabeza femoral se encuentra bien centrada en el acetábulo y por tanto, se va a desarrollar de forma homogénea. Esta postura es precisamente la que adoptan las caderas de forma natural en el vientre materno y la posición en la que se colocan los recién nacidos de forma espontánea.

Arrullar a los niños con fuerza, con las piernas estiradas, y mantenerlos en esa posición durante tiempos prolongados, se relaciona con un mal desarrollo de las caderas y aumenta las probabilidades de sufrir displasia

Pues bien, teniendo en cuenta esto, es lógico pensar que un portabebés ergonómico lo es precisamente, por permitir que el niño mantenga la columna en cifosis global y las caderas en postura de ranita. Además de más cómodo para ambos, es más respetuoso y seguro con el desarrollo global de los niños.

  • No permite posturas antiergonómicas, de hiperestimulación o que comprometan la integridad física del niño

Cuando hablamos de posturas antiergonómicas nos referimos fundamentalmente a ir orientado mirando hacia el mundo. Esta postura de por sí ya deja de ser ergonómica por el simple hecho de que si el niño va cara al mundo, no puede mantener la columna en la cifosis global que hablábamos antes, además, las caderas no irán tampoco en posición ranita y para colmo de males, si el niño se siente cansado, asustado o nervioso (hiperestimulado) no tiene forma de protegerse. Mal por partida doble.

Por otro lado, están las posturas que se relacionan con riesgo de asfixia, que estas además de ser incómodas, antiergonómicas y nada recomendables, son directamente peligrosas. Portear a un bebé en posición de cuna no es buena idea pues corremos el riesgo de que el niño haga un doble mentón, cerrando la vía aérea y por tanto, impidiendo el paso del aire hasta los pulmones.

Estas posturas se permiten únicamente cuando queremos amamantar sin sacar al niño del portabebés, pero no se recomienda jamás como postura para desplazarnos de un sitio a otro, el niño llora en el súper, lo coloco en posición de cuna, el pequeño come y vuelta a la vertical.

La posición de ranita en vertical es además una postura fenomenal para evitar el reflujo, luchar contra los gases o ayudar a los bebés a que las sustancias de desecho salgan por el final del tubo digestivo, ayudadas de la gravedad y el movimiento.

Y muchos de vosotros pensaréis que los niños no quieren ir orientados hacia el porteador, que a los niños les encanta ir mirando el mundo… en tal caso tenemos una estupenda solución, ponerlos a la cadera. Seguirá siendo una posición ergonómica, le permitirá mirar el mundo por delante y por detrás del porteador y en el caso de estar cansado o nervioso, puede apoyarse o protegerse con el cuerpo del porteador.

  • El peso del niño está bien repartido en el portabebés. El niño va “sentado” y “contenido” por toda la tela que tiene alrededor

Es muy importante que el niño vaya sentado y no COLGADO. Existen portabebés en el mercado en los que más que sentados, los niños van colgados sobre sus genitales, zona que por supuesto, no está diseñada para cargar peso, pues como ya habrán podido comprobar en muchas ocasiones, es una zona especialmente sensible. Debemos procurar que el niño vaya más bien sentado sobre la tela, con la espalda bien apoyada y con suficiente soporte como para dejarse llevar relajado, e incluso echar un sueñecito, porque quizás no lo sabéis pero los portabebés ergonómicos tienen una especie de polvos de sueño que hacen que los niños caigan sopa en menos que canta un gallo!

  • El portabebés hace un buen reparto de las cargas sobre el/la porteador.

Esto es obvio, cuanto mejor se reparta el peso sobre el cuerpo del porteador, más cómodo resultará para este último y por tanto, más tiempo podrá usarlo.

  • Está confeccionado en tejidos certificados, que han pasado estrictos controles de calidad, indicando los componentes, los tintes y el peso máximo del usuario.

¿Cualquiera puede hacerse un portabebés con una tela bonita? pues sí. ¿Es esto seguro? Pues no. Los portabebés están fabricados con tejidos específicos, con una elasticidad determinada, en una dirección determinada, han pasado prueba de resistencia, se tiñen con tintes no tóxicos, etc. No es recomendable confiar en portabebés que no hayan sido confeccionados con telas específicas para el porteo de los niños. Si tienes dudas, pregunta la marca de la tela con la que se ha fabricado el portabebés.

Resumiendo…

Los niños al frente, en cadera o a la espalda, pero SIEMPRE orientados hacia el porteador

Las caderas en posición ranita, es decir, las rodillas deben quedar SIEMPRE más altas que el culete. Formando una M. Tenemos una regla mnemotécnica para eso: «Cuídalo Mucho» la espalda es la C y las caderas la M.

Usa portabebés de origen conocido, confeccionados con telas específicas para el porteo seguro.

Las vías aéreas deben permanecer siempre despejadas y visibles.

Si quieres usar Portabebés que requieran anudados, usa vídeos fiables para aprender. En red canguro (la asociación nacional para el fomento del porteo ergonómico) tienen grupo de Facebook, página web y organizan continuamente actividades y talleres gratuitos para las familias que quieren aprender a portear.

Si quieres usar mochila asegúrate de que es ergonómica, pero no porque lo ponga en la caja. Mira bien todos los puntos que hemos dicho: nunca ir cara al mundo, mantener caderas en posición ranita y que no vaya colgando son puntos fundamentales.

*Ana León es fisioterapeuta.

Nota publicada en www.elpais.com el 9/3/17

18 de junio: Día del Padre

CRIANZA FELIZ les desea un muy feliz día a todos los papás que con tanto amor y dedicación acompañan a las mamás en el camino de la crianza.

Para celebrarlo, le preguntamos a Florencia:

CF: «Como es Felipe como papá de Paloma?»

Flor: «Felipe es una papá cariñoso, presente, alegre, activo, participativo. Nos complementamos, nos alegramos juntos, nos frustramos juntos. Nos acompañamos. Criamos juntos. Nuestra hija es feliz porque lo hacemos con alegría, con mucho amor y muy juntos. Felipe es una papá increíble que se ocupa todos los días de ella. No podría haber elegido a nadie mejor para transitar este camino«.

La infancia es ruidosa por naturaleza.

Aunque no nos guste, debemos entender que el hecho de que los niños no se queden quietos es normal. Están en la edad de descubrir y experimentar, y como adultos no deberíamos coartarlos.
Un niño feliz, que disfruta interactuando y descubriendo el mundo, es ruidoso y revoltoso. Ahora bien, en los últimos tiempos está apareciendo un movimiento que llama mucho la atención y que preocupa: la “niñofobia”.
De un tiempo a esta parte ha aumentado un tipo oferta hotelera muy concreta, la que ofrece hospedaje “libre de niños”. Es decir, durante la estancia no nos encontraremos con bebés y otros menores que nos molesten por la noche con sus llantos o que nos incordien en la pileta con sus juegos.
Lo mismo ocurre en ciertos bares y restaurantes. Se trata de una oferta distinta para todos aquellos que deseen pasar un instante de paz alejados de la presencia infantil.
Este tipo de movimiento está teniendo mucha repercusión en Estados Unidos y Reino Unido, lo cual nos invita a reflexionar sobre una cuestión algo compleja.
¿Nos hemos olvidado ya lo que es la infancia? ¿Tan poca empatía tenemos que somos incapaces de conectar con esos años maravillosos, ruidosos y revoltosos que definen la niñez?

La niñofobia o pensar que un niño que llora es el resultado de una mala crianza

Este es solo un pequeño ejemplo de lo que sufren día a día muchos progenitores. Ir a comprar, a pasar un rato a un teatro, a comer a un restaurante… Si un niño grita, llora o llama la atención de otras personas es porque sus padres “no están haciendo algo bien”.
Es una idea incorrecta y estigmatizada. Cada niño tiene su personalidad y su forma de interactuar en sus contextos más cercanos. Los hay más inquietos y los hay más tranquilos, pero ello no es siempre el resultado de la educación que les dan sus padres.
Los bebés lloran, y es el llanto ese lenguaje esencial para pedir algo, para comunicarse. Es algo natural que toda madre entiende.
De ahí, que debamos ser más empáticos y respetuosos cuando en un tren o un avión, vemos a esos padres que intentan calmar a su bebé durante el viaje.
La niñofobia está haciendo que en muchos espacios de ocio de Estados Unidos y Reino Unido se vete ya la entrada a menores. No obstante, con ello, se prohíbe la entrada también a sus padres. Es algo sobre lo que reflexionar.
Queda claro, sin duda, que en materia turística cada empresa puede ofrecer el servicio que desee, y si una persona desea pasar sus vacaciones sin ver ni escuchar a un niño, merece todo nuestro respeto.
Un niño feliz es un niño que corre, que grita, que llama nuestra atención
Los niños desean tocar todo, experimentar, sentir, reír, aprender… Si los obligamos a callar, a no llorar, a hablar bajito y a no moverse de la silla, lo que tendremos en realidad son criaturas temerosas que no se atreverán a explorar.
Los llantos se atienden, no se censuran ni tampoco se obvian. Si un niño quiere tocar algo lo protegeremos de que no se haga daño, pero es necesario fomentar su conducta de exploración, de curiosidad, de interacción con su medio.
La infancia es ruidosa por naturaleza. No hace falta más que pasar por una guardería o un centro de primaria a la hora del recreo para recordar lo que es ser niño. Ya tendrán tiempo de crecer y de guardar silencio, de quedarse quietos en los asientos de un avión, sin molestar.
Mientras, respetemos a sus progenitores en su tarea de educar y seamos más empáticos con los niños.

 

Actualidad: Amas de casa (no) desesperadas

En pleno empoderamiento femenino, hay mujeres que eligen resignar la profesión y la autonomía económica para cuidar de sus hijos y del hogar

Laura Reina

LA NACION

SÁBADO 08 DE ABRIL DE 2017

Carolina Orellana dejó su trabajo en el área de Recursos Humanos de una empresa para estar con sus hijos. Todavía recuerda el viaje al microcentro, las ocho horas que parecían que no pasaban nunca y la angustia, esa angustia que hacía que saliera corriendo, sin comer, para llegar más temprano a casa y compartir lo que quedaba del día con Salvador y Felicitas, sus hijos que en ese momento tenían 1 y 3 años. Lo recuerda como si se tratara de una vida anterior, lejana. Como si la protagonista fuera otra. «Había pedido en la oficina entrar más temprano y resignar la hora de almuerzo para irme a las tres de la tarde. Mi jefa me había dicho que sí, pero en la práctica no pasaba: llegaba más temprano y me iba más tarde. La empecé a pasar mal, llegó un punto que hasta se me notaba físicamente. Ahí dije basta», cuenta Carolina Orellana, licenciada en Recursos Humanos que resignó su carrera para quedarse en casa y cuidar de sus tres hijos: hace cuatro meses nació Trinidad, la más pequeña del clan.

No es la única. Son varias las mujeres que, después de ser madres, se plantean dejar de trabajar y eligen convertirse en amas de casa calificadas, con títulos universitarios que no tendrán, al menos por unos años, correlato en la práctica laboral. En su elección, no sólo sacrifican una carrera profesional, sino también la tan mentada independencia económica, una de las principales banderas levantadas por el feminismo que brega por la autonomía como forma de evitar distintas formas de violencia de género. Incluso, muchas deben lidiar con la mirada inquisitoria de sus pares -madres que, a diferencia de ellas, trabajan- y de la sociedad, que suele menospreciar el rol de ama de casa.

Sin embargo, estas mujeres priorizan estar cerca de sus hijos, especialmente en sus primeros años de vida, cuando la necesidad de apego es determinante. Después, en un futuro, se imaginan volviendo al mercado laboral, en muchos casos, con un emprendimiento propio que permita compatibilizar ambas funciones.

«A los tres meses de Felicitas, volví a trabajar porque necesitábamos la plata. Al principio se quedaba en casa con la abuela, pero después, a los seis meses, la dejaba en la guardería de la empresa, lo que implicaba un viaje al microcentro todos los días que era un estrés para ella -de hecho se enfermó con un virus- y entonces la cambié a una cerca de casa. Tuve que apurar el destete. Al año y cuatro meses quedé embarazada de Salvador y cuando él cumplió un año, entre el jardín de Feli que era jornada completa y la persona que se quedaba con Salva en casa hicimos cuentas con mi marido y no valía la pena salir a trabajar porque casi todo el sueldo se iba en pagar a quien cuidara a los chicos esas horas que yo no estaba -cuenta Carolina-. La verdad, no me arrepiento para nada. Tengo la suerte de tener un marido que es piola con el tema del dinero. Yo no aporto a nivel plata, mi aporte es otro. Y él lo valora», asegura.

Aunque muchas de estas mujeres destacan que se trata de una decisión puramente personal, la realidad es que el contexto cultural y social termina por inclinar la balanza para uno u otro lado: «Las mujeres jefas de hogar o de menores recursos trabajan todas y hacen malabares con sus hijos para que alguien se los cuide mientras están afuera. Las que pueden elegir no trabajar tienen el sostén económico del hombre y, en muchos casos, también tienen alguien que las ayuda con la casa y otros recursos. Esto es muy distinto a tener que poner el cuerpo las 24 horas -sostiene Eleonor Faur, socióloga y profesora de la Unsam y autora de El cuidado infantil en el siglo XXI: mujeres malabaristas en una sociedad desigual-. Es decir, hay muchas más razones por las que estas madres se quedan en las casas, que van más allá del amor maternal», plantea la académica, coautora también de Mitologías de los sexos.

En la Argentina, de las 8,5 millones de mujeres que tienen entre 25 y 59 años, el 24,7 por ciento se declara ama de casa. Las de alto nivel educativo apenas representan el 10 por ciento del total, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Es decir, la mayoría de las mujeres con título universitario elige salir a trabajar.

«Las mujeres profesionales participan del mercado laboral mucho más que otras mujeres, que están en una situación de vulnerabilidad. Pero todas las que tienen empleo casi siempre hacen una logística especial para ver quién queda al cuidado de los chicos -sostiene Faur-. Esto tiene que ver con que el modelo de cuidado está todavía puesto en la mujer, que sigue sintiéndose responsable de los hijos y de la casa. Es cultural y político porque el Estado avala esto dándole 90 días de licencia a la mujer y dos al hombre. Que seamos nosotras las «designadas» del cuidado hace que muchas entren en tensión y renuncien al empleo sin medir los costos porque que las mujeres dispongan de un ingreso propio muchas veces favorece que puedan salirse de una relación no satisfactoria o violenta», plantea la socióloga.

Sin embargo, entre las feministas que luchan por la igualdad de género, la cuestión de la realización profesional no está del todo zanjada. Una de las voces del feminismo que salió en defensa de aquellas que desean quedarse en casa cuidando hijos es nada menos que Camille Paglia, reconocida activista norteamericana y una de las primeras en luchar por los derechos de la mujer. Entre sus declaraciones más polémicas -y que le valieron el rechazo de gran parte de sus compañeras de lucha- figuran frases como «las mujeres más felices que conozco son las que tienen una educación preparatoria, se casaron inmediatamente después de graduarse y nunca fueron a la universidad». Y otra: «Miro a mis amigas que están desesperadas, frenéticas y agotadas. Son las mujeres más infelices que han existido jamás. Trabajan por la noche, los fines de semana y no tienen vida. Sus hijos son criados por niñeras y sienten culpa. Quiero empoderar a la mujer que quiere decir «estoy cansada de esto y quiero ir a casa»».

Después de casi una década y al ver que sus hijas ya estaban más grandes, Mariana Cavallero quiso volver a trabajar.

Hay todavía más voces que se levantan en favor del ama de casa en el siglo XXI. Impensadas porque provienen de los millennials, la generación que -se supone- encarna un nuevo modelo de familia y de consenso entre los géneros. Un artículo reciente publicado en The New York Times asegura que un estudio realizado en 2014 entre los estudiantes del último año de secundario arrojó como resultado que el 58% de los consultados -jóvenes que no superan los 18 años- piensa que el mejor modelo de familia es aquel en el que el hombre es la principal fuente de ingresos. En 1994, plena generación X, esa cifra era menos del 30 por ciento. Muchos no tardaron en vincular estos sondeos con el resultado en la elección presidencial de los Estados Unidos, donde una mujer calificada pierde a manos de un hombre poderoso con un claro historial de machismo exacerbado.

«Contrariamente a lo que se piensa, hoy se está revalorizando a la familia. Ya ha pasado toda una generación de mujeres que pusieron su acento en la realización profesional y esta nueva generación se ha dado cuenta de que la falta de esos vínculos ha repercutido en los niños -opina Cristina Arruti de Alais, orientadora familiar del Instituto de Familia de la Universidad Austral-. El apego seguro, relacional y afectivo se establece en la primera infancia. Hay muchas mujeres que han tenido la vivencia de llegar a casa y su mamá no esté y no quieren repetir eso con sus hijos. Ante esta realidad, muchas optan por quedarse en casa esos primeros años y después volver a insertarse en el mercado laboral».

Precisamente, una de las hipótesis desarrollada en el artículo sobremillennials publicado por The New York Times plantea que el apoyo a los modelos de familia tradicionales se debe a que los jóvenes son testigos de las dificultades experimentadas por los padres en las familias donde hay dos fuentes de sustento. Allí se menciona que un estudio reciente realizado en 22 países europeos y de habla inglesa señala que los padres norteamericanos reportan los niveles más altos de infelicidad debido a la ausencia de políticas que respalden el equilibrio entre la vida familiar y laboral.

Apenas un paréntesis

El deseo de volver a trabajar es una de las diferencias respecto de las amas de casa de antes, que nacían y morían con la idea de quedarse toda la vida criando hijos y al cuidado del hogar. «El hecho de que las mujeres, desde la década del 80, hayan tenido mayor acceso a la educación hace que sus expectativas sean diferentes», asegura Faur. En Francia, donde hay una ONG que las agrupa, a estas mujeres se las llama «las nuevas amas de casa». Marie-Christine Rousselin, presidente de la Unión Nacional de Mujeres Activas define el nuevo rol: «Nuestro desafío es hacer todo y hacerlo bien, y luego, sucesivamente, estudiar, trabajar, educar a los niños y eventualmente regresar al mercado laboral, todo esto mientras nos adaptamos a la evolución de nuestra vida familiar», explica. Para Yvonne-Poncet Bonissol, psicóloga clínica, «ser ama de casa hoy suele ser un paréntesis en la vida de las mujeres».

A los 42 años -hoy tiene 44- Mariana Cavallero decidió volver a insertarse en el mercado laboral. Después de casi una década en la que tuvo dedicación exclusiva a su familia, sintió que era tiempo de salir de su casa. «Cuando nació mi primera hija tenía 32 años y logré reducir la jornada laboral. Pero cuando nació la segunda ya me era muy difícil compatibilizar todo y me quedé -cuenta-. Pero no fue una decisión fácil, me costó mucho estar inactiva. Si bien estaba feliz de estar con mis hijas, sentía que me faltaba algo más. Y cuando la más chica cumplió los 8, tuve una charla con mi marido y le dije que quería volver a trabajar. Él me apoyó».

Claro que la vuelta no es fácil y los años fuera del mercado, pesan. «Estaba muy atada a mis funciones de mamá. No me costó conseguir trabajo porque cargué mi currículum y a la semana me llamaron. Pero yo estaba en una cajita de cristal y fue como volver a la jungla. No sabía ni usar la Sube», reconoce Mariana, que después de un año y medio renunció al empleo en una prepaga y buscó un nuevo trabajo. «Era un lugar de paso, no estaba contenta. Ahora estoy en la parte de coordinación médica de una obra social y estoy feliz porque es una hora menos de trabajo y puedo llevar a mis hijas al colegio y cuando vuelven de la escuela yo prácticamente estoy llegando a casa», destaca.

En el caso de Cecilia González Argento, mamá de cuatro hijos (de 14, de 8 y 6 años y uno fallecido que hoy tendría 12) la idea de volver a trabajar le está dando vueltas en la cabeza, aunque reconoce que no es fácil. Mientras estudiaba Bioquímica empezó a trabajar en una farmacia que hacía preparados magistrales. Renunció para hacerse cargo de una fábrica de velas. Allí estuvo hasta que nació su tercer hijo. Pero la vendió porque decidió dedicarse de lleno a la familia, especialmente después del golpe que le significó la muerte de su segundo hijo.

«Lo que más me pesa es tener un sueldo menos. Pero saco cuentas y entre lo que tendría que pagar de comedor, niñeras y lo que me queda, no hago el sacrificio de dejar a mis hijos. No es lo mismo que vaya la mamá que otra persona a buscarlos al colegio. Yo participo mucho de sus actividades, los llevo, los traigo. Estoy más cansada, trabajo más horas, pero el premio es más grande, aunque no es económico».

Sin embargo, ahora que los chicos crecieron y se unificaron los horarios, reconoce que le gustaría «hacer algo más». «En lo mío lo veo muy difícil, después de 10 años de no hacer nada es complicado. Pero sí fantaseo con un emprendimiento propio en el que pueda manejar los horarios.»

Aunque con una beba de 4 meses esa hipotética situación de vuelta al trabajo es todavía lejana, Carolina Orellana, de 35 años, no la descarta. Sin embargo, no se ve reinsertándose en una empresa, como antes de ser madre. «Me encantaría volver en algún momento cuando sean más grandes y no dependan tanto de mí. Pero no volvería a cumplir horarios. Me imagino algo propio, sin jefes ni estructuras. Porque si volviera a la misma situación de antes de ser mamá, sentiría que todo lo que invertí, no sirvió de nada -plantea-.Felicitas, que es la más grande, todavía se acuerda de cuando ella iba todo el día al colegio e incluso comía ahí, en el comedor. Ella es la que más valora que esté. A Feli le encanta salir al mediodía y comer en casa. Si trabajara, no podría hacerlo. Volver hoy sería un costo demasiado alto para ella y sus hermanos».

En contraposición, la socióloga y profesora universitaria Faur asegura que esa carga moral con la que deben lidiar las mujeres de tener que ocuparse de los hijos hace que piense que hay un precio por salir a trabajar. «Pero para mí hay un costo por no salir a hacerlo. Los chicos necesitan amor, cuidado, escucha y dedicación. Hay muchas personas que pueden cubrir esas necesidades, no sólo la madre. Esa es una de las tantas mitomanías en relación a los sexos», asegura Faur.

Para las que piensan que quedarse en casa cuidando hijos es una buena decisión, Terri Hekker, famosa por haber escrito en los 80 un libro que instaba a las mujeres a descartar la carrera profesional y quedarse en casa escribió una secuela de su famoso best seller Ever since Adan & Eve (Desde Adán y Eva). El título de su segundo libro es más que elocuente: Disregard First Book (Olvídense del primer libro), una autocrítica a esa primera publicación en la que hacía una encendida llamada a quedarse en casa frente al avance del feminismo. Treinta años después, nada resultó como lo había planeado: se divorció y tras la separación, sintió que se había convertido en una suerte de «paria social» que no servía para nada. Ahora Hekker cree que su decisión de convertirse en ama de casa tiempo completo fue de las peores que tomó en su vida. ¿Su consejo? Que las mujeres se cuiden por sí solas. Y que salgan de sus hogares.

La casa y los chicos pueden esperar. O no.

Producción de Gabriela Ballesi

 

El primer año de vida: determina lo que seremos como adultos

Lo que pasa en nuestro primer año de vida determina lo que seremos como adultos, determina nuestras emociones y nuestro carácter entre otras cosas más, está comprobado que el cerebro infantil necesita amor para desarrollarse correctamente. Y este amor en el primer año de vida puede incidir de manera profunda en el desarrollo y crecimiento del bebé.
Un estudio realizado por nationalgeographic.es demuestra que lo que pase en el primer año de vida es determinante para cada bebé cuando crece y se convierte en adulto.
La experiencia de la infancia conforma la estructura del cerebro en desarrollo. Aunque nace preconfigurado con unas capacidades asombrosas, el cerebro humano depende en gran medida de la aportación del entorno para avanzar en el proceso de configuración.

Enormes capacidades de aprendizaje

Indagando en el cerebro infantil con las nuevas técnicas de diagnóstico por imagen, los científicos empiezan a desentrañar el misterio de cómo un niño nace sin apenas capacidad visual y se convierte en una criatura capaz de hablar, montar en triciclo, dibujar e inventar a un amigo imaginario a los cinco años.
Si la metamorfosis de un conjunto de células en un lactante es uno de los grandes milagros de la vida, más lo es la transformación de un recién nacido desvalido en un preescolar que camina, habla e incluso negocia la hora de irse a la cama.
Pese a llevar milenios criando niños, apenas empezamos a entender los pasos de gigante que dan los bebés en cuanto a habilidades cognitivas, lingüísticas, de razonamiento y de planificación. El vertiginoso desarrollo que experimentan en sus primeros años coincide con la formación de una vasta malla de circuitos neuronales.
Al nacer, el cerebro tiene casi 100.000 millones de neuronas, tantas como en la edad adulta. Conforme el bebé crece, recibiendo una avalancha de información sensorial, las neuronas se conectan entre sí: a los tres años las conexiones neuronales se cuentan por cientos de billones.
A base de tareas y estímulos diversos, como oír una canción de cuna o estirar la mano para tomar un juguete, se van estableciendo distintas redes neuronales. Los circuitos se refuerzan a través de la repetición. La membrana que reviste las fibras nerviosas –hecha de un material aislante llamado mielina– se engrosa en las rutas de uso frecuente, haciendo que los impulsos eléctricos viajen más deprisa. Los circuitos que no se utilizan mueren al interrumpirse las conexiones, un fenómeno conocido como «poda sináptica».
Entre los doce meses y los cinco años de edad, y de nuevo en el primer estadio de la adolescencia, el cerebro atraviesa ciclos de crecimiento y reestructuración en los que la experiencia desempeña un papel fundamental a la hora de definir los circuitos que permanecerán.
Diversas investigaciones han demostrado que alrededor de los dos años y medio de edad los niños son capaces de corregir errores gramaticales cometidos por marionetas. Hacia los tres años la mayoría parece dominar un considerable número de reglas gramaticales. Su vocabulario aumenta a una velocidad de vértigo. Este florecimiento de la capacidad lingüística se produce a medida que se crean nuevas conexiones interneuronales, de modo que el discurso se puede procesar en diversos niveles: fonológico, semántico y sintáctico.